Los libros proféticos

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Los libros desde Isaías hasta Malaquías pertenecen a una sección de la Biblia cristiana llamada «libros proféticos». Estos libros contienen el mensaje de Dios al pueblo de Israel y de Judá en forma de discursos o prédicas, visiones y experiencias de la vida de los profetas que predicaron alrededor del año 750 y 450 a. C. Algunos de los mensajes son de juicio y advertencia, mientras que otros son de perdón y renovación. Las escrituras hebreas dividen los libros proféticos en dos secciones: los «profetas anteriores» y los «profetas posteriores». Los libros de los «profetas anteriores» (Josué, Jueces, 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes) son parte de los libros históricos del Antiguo Testamento. Los libros proféticos a menudo se dividen en dos categorías: los «profetas mayores» y el «libro de los doce». Los «doce» son a veces llamados los «profetas menores» porque sus discursos y sermones son mucho más cortos que aquellos de los «profetas mayores». Véase el artículo «El Antiguo Testamento en las Biblias cristianas».

El papel del profeta

En la Biblia, un «profeta» es una persona que recibe un llamado para hablar de Dios y entregar los mensajes de Dios al pueblo. Los profetas no predecían simplemente el futuro, sino que observaban lo que estaba sucediendo alrededor de ellos y entregaban mensajes de Dios para esas situaciones. A menudo, los profetas tenían que enfrentar situaciones políticas, sociales o religiosas muy difíciles y, a veces, hablaban y actuaban de un modo muy llamativo para atraer la atención y aclarar sus mensajes. Por ejemplo, Jeremías colocó un yugo de madera alrededor de su cuello para representar el débil poder de algunas naciones (Jer 27: 1-11). Ezequiel bosquejó un mapa de Jerusalén en un ladrillo para advertir a la gente de un próximo ataque sobre la ciudad (Ez 4:1-8). Oseas utilizó la imagen de su matrimonio con una prostituta para compararla a la relación de Israel con Dios, quien perdona continuamente a su esposa infiel (Israel).

Los profetas introducían casi siempre sus discursos con las palabras «Así dice el Señor». Estas palabras muestran que los profetas no consideraban los mensajes como suyos, sino que se consideraban los mensajeros de Dios que tenían la autoridad para hablarle al pueblo de parte de Dios. Los profetas a menudo se refieren a sus palabras como los mensajes que Dios les había dado para el pueblo (véanse, por ejemplo, Is 6:1-13; Ez 2:1-10; Am 1:1-2; Hab 1:1; Zac 1:1). Véase también el artículo llamado «Profetas y profecía».

El mensaje del profeta

Ya que el tiempo transcurrido entre los profetas va del año 760 a. C. hasta el 445 a. C., el énfasis de cada mensaje es a menudo muy diferente. Por ejemplo, Amós, Miqueas y Sofonías predicaron sobre la necesidad de cambiar la conducta de las personas con respecto a Dios y entre sí, y de esta manera evitar el castigo que ya había sobrevenido a las naciones extranjeras de su alrededor. Otros, como Jeremías y Ezequiel, advirtieron a la gente sobre la derrota que vendría sobre Jerusalén y el exilio de sus habitantes a Babilonia y prometieron un tiempo futuro en el que el pueblo de Dios sería liberado y restituido a Jerusalén. Otros, como Hageo, Zacarías y Malaquías, predicaron en un tiempo en el que el pueblo había regresado del exilio y estaba trabajando para reconstruir el templo de Jerusalén y empezar de nuevo el culto a Dios. Los mensajes de Isaías parecen abordar todos estos períodos de la historia de Israel y abarcan los acontecimientos antes y después del regreso del exilio en Babilonia.

Algunos de los libros proféticos, sin embargo, reflejan contextos históricos muy posteriores a los vividos por los profetas. Parece que después de predicarlos y escribirlos, sus mensajes fueron adaptados y editados por personas que vivían situaciones sociales y religiosas muy diferentes. Un ejemplo de esto es el libro de Daniel que pudo haber existido en su forma inicial ya desde el siglo IV a. C., pero que no adquirió su forma actual hasta el tiempo de la dinastía del gobierno seléucida en Palestina (alrededor del año 165 a. C.). Esto demuestra que el mensaje de los libros proféticos abarca cuestiones de constante importancia para el pueblo de Dios: la adoración apropiada de Dios, la justicia y la igualdad, y el cuidado hacia los oprimidos y los maltratados.

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