Jesucristo en el Nuevo Testamento
«Jesucristo» es un nombre propio que combina «Jesús», la forma griega de un nombre hebreo que significa «Yahvé (el Señor) salvará» (Josué), con «Cristo», la forma griega de un título hebreo que quiere decir «ungido» (Mesías). Sin embargo, desde el principio, después de la crucifixión de Jesús, el nombre y el título se unieron en un nombre propio, Jesucristo. Esta persona es la figura central del Nuevo Testamento. Sus enseñanzas y las historias de los milagros que realizó y de cómo fue crucificado por los romanos y resucitado por Dios se convirtieron en la base de una nueva secta del judaísmo. Como esta secta creció mucho y llegó hasta territorios no judíos (gentiles), se convirtió pronto en una religión particular, el cristianismo.
No se puede escribir ninguna biografía de Jesús con un estilo moderno. Jesús es mencionado en las escrituras no bíblicas, pero estas referencias son escasas y la información que proporcionan es muy poca. Por ejemplo, el historiador romano Tácito menciona a Jesús, pero solo para explicar el nombre de los «cristianos», que Nerón estaba condenando a muerte. Las referencias bíblicas, aunque extensas, se parecen más a retratos de Jesús hechos por escritores individuales que a fotografías, cuyo objetivo es capturar hasta el menor detalle. Así como Rembrandt y Picasso interpretaron a los sujetos de sus retratos de manera diferente, también Mateo, Marcos, Lucas y Juan presentan a Jesús de manera diferente. Sin embargo, estas presentaciones deben ser consideradas como verdaderas representaciones de quién era Jesús para cada uno de los cuatro escritores de los Evangelios y de las comunidades cristianas donde ellos aprendieron por primera vez acerca de Jesús. Al ver a Jesús a través de estas perspectivas diferentes, el lector puede alcanzar una comprensión más completa y más rica del impacto que Jesús tuvo sobre la iglesia primitiva.
Mateo presenta a Jesús como el cumplimiento a las profecías de las escrituras judías (Antiguo Testamento) y como un maestro cuyo sermón del monte (Mateo 5–7) se ha convertido en el eje ético para los cristianos durante veinte siglos. Marcos enfatiza más lo que Jesús hizo que lo que enseñó. Presentando cómo el Hijo del hombre debía sufrir y ser rechazado, el autor de Marcos desafió a quienes esperaban que el Mesías sería un líder político que liberaría a los judíos de la opresión romana. Lucas pone mucha atención en presentar a un Jesús compasivo que se preocupa profundamente por los pobres y los más marginados de la sociedad. La visión de Juan es la de un Jesús glorificado. Su Jesús ofrece bendición y vida plena en el presente, así como después de la muerte. Los Evangelios fueron escritos para dar a la gente mucho más que un registro de lo que Jesús dijo e hizo, pues presentan quién era Jesús para estos autores y nos invitan a preguntarnos lo que ellos significan para quienes los leemos o escuchamos hoy en día.
Un factor que contribuye a estas diferentes perspectivas es la cronología. Si nos imaginamos todas las historias de la vida de Jesús como perlas individuales que fueron recogidas por la iglesia, podemos entender el escritor del Evangelio de Marcos como la primera persona que encadenó estas perlas separadas convirtiéndolas en un collar que representaba su comprensión de la vida de Jesús. Incluso las fechas del nacimiento y la muerte de Jesús son difíciles de determinar con certeza. Sabemos por fuentes externas que Herodes el Grande murió en al año 4 a. C. Y puesto que Mateo indica que Herodes estaba vivo cuando Jesús nació (Mateo 2:16), Jesús debió haber nacido antes de esa fecha, remontándose incluso hasta el año 6 a. C. La fecha de la muerte de Jesús es también una cuestión de cálculo. En Mateo, Marcos y Lucas, la última cena de Jesús fue una comida de Pascua que habría tenido lugar el día 15 de nisán (marzo/abril; véanse Mateo 26:17-18; Marcos 14:12; Lucas 22:7-8). Pero según el Evangelio de Juan, Jesús fue crucificado antes de la comida de Pascua (18:28; 19:14) el 14 de nisán. De las posibles fechas donde nisán 14 o 15 caen en viernes (27, 29, 30 y 33 d. C.), lo más probable es el año 30 d.C.
Aunque no tenemos claridad sobre las fechas de la vida de Jesús, esto no nos impide hacer un recuento básico de su vida. Los Evangelios proporcionan información básica. Jesús nació en Belén (Mateo 2:1) de una joven llamada María (Mateo 1:18), creció en Nazaret (Lucas 2:39), y trabajó como carpintero (Marcos 6:3). Después de ser bautizado por Juan (Marcos 1:9-11) y de un período de prueba en el desierto (Lucas 4:1-13), los Evangelios relatan su ministerio, sobre todo en la gran región gentil de Galilea. Este ministerio duró entre uno y tres años, tiempo durante el cual Jesús atrajo a muchos seguidores y designó a doce de estos para ser sus principales discípulos (apóstoles). Después de describir su enseñanza y sus milagros, cada uno de los Evangelios termina con un relato del viaje de Jesús a Jerusalén, donde fue detenido, juzgado y ejecutado durante el festival de la Pascua.
En el Nuevo Testamento, las enseñanzas de Jesús se caracterizan por una autoridad que supera a la de los profetas y se basa en su relación estrecha y personal con Dios. Esto le causó frecuentes conflictos con los líderes religiosos de la época, incluyendo los escribas, los saduceos y los fariseos. Las disputas se centraban en quién tenía la autoridad para interpretar y aplicar la ley de Moisés, y no en la autoridad misma de la ley. La autoridad de los líderes judíos se basaba en un complejo cuerpo de interpretación oral y aplicación tradicional. En oposición a estas pretensiones, Jesús afirmó su propia autoridad, a menudo con palabras como: «Ustedes han oído que a sus antepasados se les dijo... Pero yo les digo...» (véase, por ejemplo, Mateo 5:21-22). Los autores de los Evangelios expresan que los líderes religiosos se sentían profundamente amenazados por las cosas que Jesús hacía y enseñaba.
Muchas veces, Jesús utilizó parábolas —cuentos muy breves y profundamente realistas que utilizaban imágenes cotidianas— para captar la atención de su audiencia y señalar con viveza e ingenio la presencia de Dios en sus vidas. Muchas de estas parábolas pretendían explicar qué era el «reino de Dios o de los cielos», una expresión que Jesús utilizaba cuando hablaba del poder de Dios y de su autoridad sobre el mundo. Este es claramente el tema principal de las enseñanzas de Jesús. Los relatos hablan de este reinado divino con referencia tanto al presente como al futuro. Según los evangelistas, cuando Jesús entró en escena de alguna manera se inauguró el reino (Mateo 12:28; Marcos 1:15), y Jesús les aseguró a sus discípulos que el reino de Dios ya era de ellos (Lucas 6:20). El aspecto futuro del reino es evidente en aquellos pasajes que anuncian el cumplimiento final del reino de Dios (Marcos 9:1; Lucas 22:18). Las enseñanzas éticas de Jesús están diseñadas a promover el arrepentimiento, la obediencia a la voluntad de Dios, el compromiso a pesar de la oposición y la examinación de las actitudes hacia los demás: los pobres, marginados, incluso hacia los enemigos. La ley de Moisés (Torá) se resume en amar a Dios con todo el corazón, la mente y el alma y en amar al prójimo como a uno mismo (Marcos 12:29-31; véase también Deuteronomio 6:4-5). La motivación para este tipo de comportamiento ético es la gratitud por lo que Dios ya ha hecho en nosotros más que la esperanza de una recompensa futura (Mateo 18:25-35).
Los milagros de Jesús, llamados a veces «señales» o «maravillas» en la Biblia, pueden dividirse en dos categorías: milagros de curaciones y de la naturaleza. Los «milagros de curaciones» son numerosos en los Evangelios e incluyen los milagros en los que Jesús expulsa demonios (espíritus malignos) de una persona. Los llamados «milagros de la naturaleza» son aquellos milagros en los que Jesús demuestra su poder sobre la creación y las fuerzas de la naturaleza, como cuando él fue capaz de multiplicar los alimentos (Marcos 6:30-44), caminar sobre el agua (Marcos 6:45-52) o calmar una tormenta (Marcos 4:35-41). Aunque hay solo unos pocos milagros de la naturaleza en los Evangelios, su mensaje es importante. Ninguna categoría de milagro se utiliza exclusivamente para probar la divinidad o el poder sobrehumano de Jesús, y en los Evangelios se nos muestra a un Jesús que explícitamente se niega a realizar milagros de este tipo (Marcos 8:11-12). En cambio, los milagros de Jesús demuestran su compasión hacia los necesitados y el poder que proviene de Dios (Mateo 12:28). Es a la luz de esta diferencia que debemos comprender la admiración y el asombro de la multitud con los que concluyen, con frecuencia, estos relatos.
No en vano, cada uno de los evangelistas hace uso de los milagros de diferentes maneras. Un tercio del Evangelio de Marcos consiste en relatos de milagros (incluyendo historias acerca de Jesús expulsando demonios) en los cuales Jesús se presenta como el que Dios eligió para destruir el mal y las fuerzas del caos. Mateo está más interesado en la reacción de los que presencian los milagros, y prefiere presentar a Jesús como maestro en lugar de un hacedor de milagros. Lucas conecta los milagros de Jesús con el Espíritu Santo (Hechos 10:38) y los utiliza para describir la compasión de Jesús hacia los enfermos. Juan utiliza siete milagros, llamados «señales», como puntos de partida para largos discursos de Jesús sobre su identidad y la naturaleza de su ministerio (véase, por ejemplo, Juan 4:43-6:21).
La última semana de la vida de Jesús se describe en detalle en los cuatro Evangelios, pero una vez más, cada escritor presenta el material de manera propia, expresando su entendimiento particular sobre Jesús. Por lo tanto, es imposible hacer una sola narración armonizada y todavía hacer justicia a los autores individuales, solamente se puede ofrecer un esquema simple. La declaración de Pedro en Cesarea de Filipo de que Jesús es el Cristo es un punto decisivo en el ministerio de Jesús (Marcos 8:27-29). A partir de este momento, Jesús intenta explicar a sus discípulos que su muerte es el cumplimiento de su papel como «el siervo del Señor» el cual debía sufrir la humillación y la muerte (Isaías 52:13-53:12) para que otros puedan vivir. Durante la última cena con sus discípulos más cercanos, Jesús habla del pan como su cuerpo que debía partirse y del vino como su sangre a punto de ser derramada en favor de ellos (Marcos 14:22-25). Jesús es traicionado por uno de sus discípulos –Judas– y, después de la comida, Jesús es arrestado mientras oraba en el huerto de Getsemaní. Es juzgado por el consejo de líderes religiosos (Sanedrín) y por las autoridades romanas y es condenado a morir por causas políticos (Marcos 14:32-15:15). Luego es crucificado a las afueras de las murallas de Jerusalén y su cuerpo es colocado en un sepulcro (Marcos 15:16-46). Los Evangelios continúan diciendo que, tres días más tarde, sus discípulos descubrieron que la tumba de Jesús estaba vacía. Cada Evangelio relata un poco diferente las apariciones de Jesús resucitado a los discípulos en varias ocasiones, y cómo, poco tiempo después, asciende al cielo con la promesa de que volverá en el fin del mundo (Mateo 26:16-20).
En su mayor parte, las cartas del Nuevo Testamento no relatan los acontecimientos de la vida de Jesús, pero se centran en el significado teológico de su vida, muerte y resurrección. Algunas de las afirmaciones teológicas hechas en las cartas incluyen: la preexistencia de Cristo (2 Corintios 8:9; Filipenses 2:6; Colosenses 1:15-17); Cristo como imagen y forma de Dios (Filipenses 2:6; Colosenses 1:15); Cristo como Salvador o redentor de la humanidad (Efesios 5:23; Filipenses 3:20-21; 1 Juan 4:14) y su papel como creador (Colosenses 1:16). Se lo llama Señor (Romanos 10:9; 1 Corintios 12:3; Filipenses 2:11) y Dios (1 Juan 1:1; Romanos 9:5; Tito 2:13). Ya que Jesús no dejó ningún registro escrito, no es posible describir con certeza cómo entendía su misión, o cómo habría respondido a las afirmaciones hechas más adelante sobre él por estos autores y por los primeros líderes de la iglesia. Este tipo de cosas siguen siendo una cuestión de fe. El Jesús que anunció la llegada del reino de Dios y que dio pruebas de su llegada a través de sus enseñanzas y milagros se convirtió, él mismo, en el contenido de la buena noticia que la iglesia primitiva se sintió llamada a compartir con todo el mundo.
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