De Josué al exilio: el pueblo de Israel en la tierra prometida

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Después de escapar de la esclavitud en Egipto, Moisés condujo al pueblo de Israel por el desierto durante cuarenta años. Cuando el pueblo acampó en los llanos de Moab, en el lado este del río Jordán, Moisés murió y Josué se convirtió en su nuevo líder. La promesa que Dios había hecho hacía más de cinco siglos a Abraham (Gn 12:1, 2; 15:7-21) y repetido a Josué (Jos 1:1-8) estaba a punto de cumplirse. Los descendientes de Abraham, el pueblo de Israel, estaban listos para asumir el control de la tierra de Canaán. Pero esto no sería nada fácil. Otras personas habían vivido en Canaán por miles de años, habían construido ciudades amuralladas y cultivado la tierra, y no entregarían fácilmente sus tierras al pueblo de Israel.

El pueblo de Israel entra a la tierra prometida

El libro de Josué narra la historia de cómo el pueblo de Israel conquistó la tierra de Canaán. Al igual que los libros bíblicos que hablan de cómo Moisés condujo al pueblo (Éxodo, Números, Deuteronomio), el libro de Josué está lleno de milagros. Antes de entrar a Canaán, el pueblo de Israel tenía que cruzar el río Jordán. Una vez más, Dios estuvo con ellos y los ayudó de una manera milagrosa. Así como Dios había ayudado a Moisés separando las aguas del mar Rojo (Éxodo 14), también Dios hizo que las aguas del río Jordán pararan de correr cuando los sacerdotes de Israel pusieron sus pies en el río (Jos 3:15-17). Después de cruzar el río y llegar a Guilgal, el pueblo hizo un monumento usando doce piedras, una piedra por cada tribu de Israel; y acampó allí.

En aquel lugar el pueblo de Israel se preparó para la captura de Jericó, una ciudad amurallada cercana que se levantaba sobre un montículo a lo largo de una ruta comercial importante de este a oeste en el valle fértil del río Jordán. La conquista de Jericó es otra historia milagrosa. Después de que los sacerdotes israelitas y el ejército marcharan alrededor de la ciudad durante siete días, como lo había mandado el Señor, los sacerdotes tocaron sus trompetas y el pueblo gritó. Las paredes de la ciudad cayeron y los israelitas capturaron la ciudad (Jos 6). Desde Jericó, Josué y el pueblo fueron a otras partes de Canaán, capturando ciudades en batalla o haciendo acuerdos con las personas que ya vivían en la tierra.

Las tribus de Israel y sus tierras

Finalmente, Josué repartió diferentes franjas de la tierra de Canaán a cada una de las doce tribus de Israel (Jos13-21); véase también el mapa. Estas tribus eran como grandes familias extendidas, cuya autoridad recaía en el varón de más edad (el padre). Al tomar posesión de sus lotes, las tribus establecieron ciudades, plantaron cultivos y criaron rebaños de ovejas y cabras. Como se creía que las tierras de estas tribus habían sido asignadas por Dios, nadie podía vender o rentar su propiedad a otra persona. Si eso ocurría, la tierra debía ser devuelta a la tribu a la que Dios se la había dado primero. Esto debía suceder durante el año del jubileo que se celebraba aproximadamente cada cincuenta años (Lv 25:8-17, 23-28).

La tribu de Leví no recibió su lote de tierra, porque a ellos se les dio una tarea especial y no debían ser agricultores o pastores. La ley de Moisés prescribía que ellos estarían encargados de ofrecer sacrificios a Dios (Dt 18:1). Las otras tribus debían ofrecer estos sacrificios, y a los levitas se les permitía quedarse con partes de los sacrificios para su alimentación. Por lo tanto, los levitas (sacerdotes de la tribu de Leví) tenían un lugar importante como los líderes religiosos de las otras tribus: ellos serían los sacerdotes para todo Israel.

A pesar de que las doce tribus estaban dispersas en diferentes áreas de Canaán, compartían una historia común y seguían la ley de Moisés. Justo antes de morir, Josué reunió a todas las tribus en Siquem. Los invitó a permanecer fieles a Dios y a no adorar nunca a otros dioses (Jos 24:14-24). El pueblo prometió ser fiel, y Josué estableció una piedra como testigo de sus promesas (Jos 24:25-27).

Los jueces son elegidos para gobernar al pueblo de Israel

Tras la muerte de Josué, las tribus de Israel continuaron luchando contra los cananeos (Jueces 1), pero no expulsaron a todas las personas que habían vivido en la tierra prometida. Además, las tribus de Israel estaban rodeadas también por otros pueblos que no eran amistosos.

En ese tiempo, los israelitas empezaron a olvidar las promesas que habían hecho al Señor mientras Josué estaba todavía vivo. Algunos de ellos adoraban a los dioses cananeos: Baal y Astarté, así como a ídolos de otros dioses de tierras cercanas (véase el artículo titulado «El mundo antiguo: los pueblos, poderes y políticas»). El Señor estaba tan enojado que permitió que las naciones circundantes invadieran las tierras de Israel y robaran sus cultivos y sus posesiones (Jue 2:6-15).

Cuando la gente clamó por ayuda, Dios se conmovió. La ayuda vino a través de líderes especiales conocidos como jueces. A veces, los jueces resolvían temas legales (véase Jue 4:4, 5), pero en su mayoría eran mejor conocidos como líderes militares escogidos por Dios para conducir a los israelitas en la batalla contra sus enemigos. Sus vidas son descritas en el libro de los Jueces, capítulos 3-16 (véase también la introducción a Jueces).

Samuel: Profeta, sacerdote y líder

Al final del periodo de los jueces, un niño llamado Samuel nació de Ana y Elcaná (1 Sam 1). Lo llevaron a Siló, donde fue dedicado al Señor por el sacerdote Elí. Samuel se quedó con Elí en Siló y lo ayudaba a servir al Señor. Cuando Samuel era todavía muy joven (1 Sam 3), el Señor lo escogió para ser su siervo especial y para ser su profeta (1 Sam 3:19; 4:1; 7:3-5). Samuel también sirvió como sacerdote (1 Sam 7:9-10) y fue líder de Israel toda su vida (1 Sam 7:15). Dado que su tiempo como líder de Israel siguió inmediatamente después del periodo de los jueces, a veces es llamado el último de los jueces de Israel.

Reyes y reinos

Cuando Samuel era ya viejo, los líderes de las tribus de Israel le pidieron que eligiera a un rey para que los gobernase, porque todas los pueblos a su alrededor estaban gobernados por reyes. A Samuel realmente no le gustaba esta idea ya que pensaba que un rey no trataría bien a la gente (1 Sam 8:9-18) y que, además, la petición de la gente de tener un rey demostraba su falta de confianza en el Señor como su líder (1 Sam 10:17-19). Pero cuando Samuel oró acerca de la situación, el Señor le dijo que siguiera adelante y le diera un rey al pueblo (1 Sam 8:1, 22). Este fue un cambio importante en la historia del pueblo de Israel. Durante mucho tiempo había sido un grupo de tribus libremente asociadas con un Dios, y con líderes independientes. Ahora, estaban a punto de convertirse en una nación de tribus unidas no solo por un Dios, sino también bajo un solo rey.

El pueblo del antiguo Israel estuvo gobernado por reyes desde la época de Saúl (entre los años 1030 a 1010 a.C.) y David (1010 a 970 a.C.) hasta el reinado de Sedequías (entre los años 597 al 587 a.C.). Algunos de los reyes fueron gobernantes fuertes que seguían siendo fieles a Dios. Pero otros reyes condujeron al pueblo lejos de Dios, hicieron malos acuerdos con los enemigos de Israel y trataron a la gente de manera cruel e injusta. La historia de los reyes es narrada en 1 y 2 Samuel, 1 y 2 Reyes y es recontada en 1 y 2 Crónicas.

Saúl: el primer rey de Israel

El periodo de los reyes se divide en dos partes principales. La primera se conoce como la época del reino unido de Israel, cuando había solo un rey para todo el pueblo israelita y sus tribus. Samuel escogió a Saúl para ser el primer rey de Israel (1 Sam 9:10) y este fue aceptado por los líderes de las tribus debido a su valentía y capacidad militar (1 Sam 11). Saúl gobernó casi veinte años e hizo mucho para unificar a las tribus y derrotar de los enemigos de Israel; pero era un hombre atribulado que le fue infiel a Dios en varias ocasiones.

David se convierte en rey de Israel

Mientras Saúl era todavía rey, el Señor le dijo a Samuel que fuera a Belén para encontrar al próximo rey, que resultó ser David, el hijo menor de Jesé (1 Sam 16:1-13). David pronto entró en la corte de Saúl como un ayudante especial que tocaba el arpa para consolar al atribulado rey (1 Sam 16:14-23). Otra historia de la vida de David lo describe como un soldado muy valiente que confiaba en el Señor. David mató al gigante filisteo Goliat (1 Sam 17:1-54) y esto impresionó tanto al rey Saúl, que lo nombró alto oficial del ejército (1 Sam 18:5). Finalmente, el rey se llenó de sospechas sobre David y de celos por sus éxitos militares, e intentó matar a David varias veces, pero nunca tuvo éxito. Finalmente, Saúl se suicidó después de haber sido herido en una batalla contra los filisteos (1 Sam 31:1-13).

Después de la muerte de Saúl, hubo un periodo corto en el que la lealtad del pueblo de Israel estuvo dividida entre el único hijo vivo de Saúl, Is-bóset, y David, el poderoso líder militar. David se convirtió en rey del pueblo de Judá en Hebrón (2 Sam 2:4) y después rey de todo Israel tras el asesinato del hijo de Saúl (2 Sam 5:1-3). David, entonces, conquistó la ciudad jebusea de Jerusalén y la hizo capital del reino unido de Israel (2 Sam 5:6-12). Puso allí el arca sagrada (véanse los artículos «El arca sagrada» y «El tabernáculo en la colina donde el templo se construiría más tarde», 2 Sam 6:1-19). El profeta Natán le dijo a David que Dios habitaría algún día en un gran templo en Jerusalén; pero también le dijo que sería su hijo –no David– quien lo construyera (2 Sam 7:1-17).

Una de las cosas más significativas que hizo David fue derrotar en batalla a los filisteos y tomar el control de todas las tierras al este del río Jordán y al norte de Damasco en Siria, hasta el río Éufrates (2 Sam 8). Los Salmos y los libros de los profetas describen a David como un rey modelo, quien tenía una relación estrecha con Dios. En muchos sentidos, se convirtió en un símbolo de nueva vida para el pueblo de Dios y del reino de Dios en el mundo (2 Sam 23:5; Sal 89:3,4; Is 9:1-7; Jer 33:14-26; Miq 5:2-5). Sin embargo, David también tuvo sus fallas; no fue siempre perfecto (2 Sam 11,12). Véase también el artículo «David».

Salomón: El rey más sabio de Israel

El hijo de David, Salomón, se convirtió en rey después de que David murió; y gobernó desde el año 970 hasta el 931 a.C., aproximadamente. Salomón era conocido como un hombre sabio (1 Re 2:9; 3:12,28; 4:29-34), y estuvo a cargo de construir el primer templo de Israel en Jerusalén (1 Re 5-8). Él extendió el reino de su padre David, construyó un enorme palacio (1 Re 7:1-12) y muchas fortalezas, estableció las ciudades de provisiones e hizo de Israel un país muy rico (1 Re 4: 20-28). Pero, al hacer esto se casó con esposas extranjeras y les permitió establecer santuarios y monumentos a otros dioses (1 Re 11:1-13), cosas que no eran agradables al Señor.

El Reino se divide

Cuando Salomón murió alrededor del año 922 a.C., su hijo Roboam se convirtió en rey. Poco tiempo después, las diez tribus del norte se rebelaron contra el rey y formaron su propio reino. Este período de la historia de Israel se conoce como el reino dividido.

Las tribus de Judá y de Benjamín en el sur se convirtieron en lo que se conoce como el reino de Judá (el reino del sur). El resto de las tribus del norte formaron el reino de Israel (o el reino del norte). Véase el mapa «Los reinos de Israel y de Judá». Cada reino tenía su propio rey. En Judá, los reyes siguieron siendo descendientes del rey David, pero en Israel, los líderes tribales y militares tuvieron que luchar para convertirse en rey. A veces una familia reinaría por un periodo de años, solo para ser derrotada por una familia enemiga que entonces gobernaría también por un corto tiempo.

La capital de Judá siguió siendo Jerusalén, el pueblo de Judá iba allí para adorar al Señor en el templo. Pero en Israel, el rey Jeroboam construyó un santuario en Betel para que la gente pudiera ofrecer sacrificios sin tener que ir al templo de Jerusalén (1 Re 12:25-33). Más tarde, Samaria se convirtió en la ciudad capital de Israel (1 Re 16:24-29).

Israel: El reino del norte

Al norte, en el reino de Israel, algunos gobernantes permitieron que el pueblo adorara ídolos como el dios cananeo Baal. Esta práctica fue condenada por muchos profetas que predicaron en Israel durante este tiempo. Por ejemplo, el profeta Elías hablaba osadamente en contra del rey Ahab y su esposa, la reina Jezabel, quien abiertamente promovía la adoración a Baal y apoyaba a los profetas de Baal (véase 1 Re 18:1-19:18).

La práctica de permitir que la gente adorara a otros dioses condujo a la caída de Israel. Los israelitas pelearon guerras civiles con Judá y lucharon con vecinos como Siria y Moab. Finalmente, los asirios invadieron Israel y atacaron a su ciudad capital, Samaria. En el año 722 a.C., la ciudad fue conquistada y muchos de los israelitas fueron capturados y llevados a Asiria como prisioneros. Otros permanecieron en la zona, y algunos se casaron con las personas que los asirios habían traído para poblar la tierra. El reino norteño de Israel nunca recuperó su energía como nación.

Judá: El reino del sur

Mientras tanto, Judá en el sur tenía sus propios problemas. Aunque muchos de sus reyes, especialmente Ezequías y Josías, fueron fieles a Dios y siguieron las enseñanzas de la ley de Moisés (2 Re 18:1-8); otros reyes, como Manasés, hicieron cosas que no eran agradables al Señor (2 Re 21:1-18). Al final, Judá ya no pudo detener los ataques de sus poderosos vecinos. El Reino de Babilonia finalmente invadió y destruyó a Jerusalén y su templo en el año 587 a.C. Muchas de las personas de Judá fueron llevadas a Babilonia como prisioneros. Durante los siguientes cincuenta años, este grupo de israelitas permaneció en Babilonia y no pudo volver a su tierra. Este periodo de tiempo es conocido como «el exilio». (Véase el artículo «Exilio»). Para obtener información sobre cómo el pueblo de Israel pudo volver a su patria, véase el artículo «Después del exilio: El pueblo de Dios regresa a Judea».

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